BRILLO EN LOS OJOS

No importa lo que diga. Sé que Fernando está muy contento con el coche. No importan los tiempos. Sé que las sensaciones que le transmite el R29 son buenas. No sé si podrá ganar, probablemente él tampoco, pero tiene ese brillo en la mirada que me recuerda al de otros tiempos. Al de los tiempos en las que era posible luchar por todo. No importa lo que digan, sé que los rivales están preocupados. Sólo la sospecha de que el R29 pueda ser medianamente competitivo pone los pelos como escarpias al resto de equipos. Saben que si Fernando tiene el mejor coche ganará, si tiene un buen coche luchará por ganar y si tiene un coche regular les pondrá las cosas difíciles. El año pasado les mojó la oreja a todos desde Hungría hasta Brasil. Fue el mejor de ese periodo y eso que el coche, aunque mejorado, seguía estando muy por detrás. Hoy Fernando ha dicho que sigue contento, que la nota al coche sigue siendo alta y que se puede luchar por grandes metas. Ha sido cauto porque a estas alturas no sabe cuánta gasolina han utilizado los demás y cuál es su fuerza. Es difícil hacer comparaciones, pero estoy seguro de que él no las necesita. Sabe que el coche no va mal y que eso, si la suerte acompaña, puede darle opciones. Fernando es capaz de matizar lo que dice, pero es incapaz de engañar con su mirada. La ha puesto ya en un objetivo que este año no ve imposible. Un objetivo que recuerda cada vez que se sube al coche, cada vez que pedaléa en la bicicleta subiendo un puerto, cada vez que sienta en una reunión de ingenieros o cuando el despertador le anuncia que tiene que levantarse.

No creo que haya mucho más en su cabeza. Por eso no es de extrañar que hoy cuando Nira Juanco le ha preguntado si sabía que día era mañana no tuviese ni idea. Mañana es 4 de marzo. Se cumplirán ocho años de su debut en la Fórmula 1. Fue en ese Gran Premio de Australia del año 2001 en la que se subió al coche sin haber entrenado. Ese día en el que aún no conocía como funcionaban los botones de su volante y en el que le dijo, a su entonces manager, Adrián Campos, que le iba a costar mucho ser el jefe en ese mundo. Ocho años después, Fernando tiene las mismas ganas, la misma ilusión, quizá un poco menos de pelo y dos títulos mundiales (que pudieron ser tres de no ser por lo que todos sabemos). Logró ser el jefe y, en realidad, sigue siéndolo.