viernes, 28 de diciembre de 2007

LA JUNGLA DE CRISTAL

NOTA: Artículo publicado en el Diario Marca el lunes posterior al G.P. de Italia y días antes de la reunión del Consejo Mundial del Motor que castigó ejemplarmente a Mclaren.


Sí, ya lo sé. El jueves en París la FIA puede cargarse el Campeonato, pero déjenme disfrutar hasta entonces. Sí, ya sé que a veces la Fórmula 1 es algo sucio, lleno de traiciones, mentiras, intrigas, decisiones y actitudes aborrecibles… pero al menos déjenme deleitarme del espacio de pureza que existe desde que se apaga el semáforo hasta que se agita la bandera a cuadros. Es el único período en el que todo tiene una cierta lógica. Hombres y máquinas luchando por demostrar quién es el mejor, el más rápido, algo difícil, pero simple al mismo tiempo. Es posible que el jueves en París alguien decida amargarnos el campeonato, pero hasta entonces repetiré una y otra vez en mi cabeza la carrera de Monza. En la pista mágica Alonso volvió a ser el auténtico. Ni un error, ni un momento de duda, ni una muestra de debilidad. Es increíble que con todo lo que tiene en la cabeza haya sido capaz de abstraerse y enfocar toda su rabia en volar sobre los límites. Hasta los tifosi de Ferrari abandonaron por un momento su religión para corear su nombre después de que los suyos les fallasen sobre la pista. El ritmo de Fernando después de la primera parada fue brutal. Necesitaba veinticinco segundos para neutralizar la estrategia de Kimi y le metió treinta y tres. Hamilton no pudo hacer lo mismo, pero enmendó su falta de ritmo adelantando a un Raikkonen con tortícolis que no podía soportar el dolor de su cuello cuando frenaba o se subía por los pianos. Lamentablemente el golpetazo del sábado le pasó factura a él y a las opciones de Alonso de recortar más la distancia de puntos con su compañero y enemigo. Después de la carrera Ron Dennis lloró y Hamilton mantuvo, como buen actor que es, una sonrisa radiante. En Mclaren no hubo celebración ni foto victoriosa con los pilotos. Se limitaron a ponerse las camisetas naranjas y en el medidor de aplausos, las llegadas de los pilotos al motorhome de Mclaren fueron recibidas no con la misma pasión, pero sí con los mismos decibelios. Todos se están dando cuenta de que algo está cambiando. Desde la carrera de Silverstone, Fernando le está recortando a Hamilton. Poco a poco, porque el inglés lo está haciendo muy bien, pero si no hay trucos sucios y Alonso está centrado como hasta ahora Lewis tendrá poco que hacer. Desde Gran Bretaña hasta aquí la única excepción fue Hungría, donde Hamilton acabó por delante. Ahora quedan cuatro carreras y Alonso se ha marcado el objetivo de ganar las cuatro. Así no habrá dudas, machacaría a sus rivales, demostraría quién es el que manda en este negocio y ganaría un título mundial que lo desea aún más que los anteriores.
Sin embargo, en toda esta cábala de deseos hay que poner una fecha: el próximo jueves. Espero que la serenidad y el sentido común imperé en la decisión que tome la FIA. Si la sanción es dura, empezara a salir mierda por todos los lados. Egoístamente, como no tengo más remedio que ir a las carreras, me gustaría hacerlo sin mascarilla. Que no destrocen el mejor campeonato de los últimos tiempos, que no cambien en un despacho lo que han conseguido los pilotos arriesgando el pellejo en la pista. Ya han hecho bastante daño con sus decisiones hasta ahora. Esta vez, los efectos secundarios de su decisión serán directamente proporcionales a la dureza de la misma. Podría afectarlo todo: la limpieza de este deporte, el campeonato de constructores, el de pilotos, el presente de Mclaren, el futuro de Alonso…
El motorhome de Mclaren es el más grande y resplandeciente del paddock. Yo le llamo ya la jungla de cristal porque dentro de él no sabes quiénes son los buenos y quiénes los malos. Es un lugar lleno de enemigos irreconciliables, de personajes esquizofrénicos, de equivocaciones fatales. Aquí también hay tiros en todos los pisos y detrás de cada esquina acecha un nuevo peligro. Sin embargo, esto no es una película. En las de Bruce Willis el final siempre es feliz, pero aquí si algo sale mal vamos a necesitar muchas escobas para barrer los trocitos de cristal.

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