viernes, 28 de diciembre de 2007

EL DÍA QUE RON APRENDIÓ LA LECCIÓN






NOTA: Artículo publicado el lunes posterior al Gran Premio de Brasil


Hace mucho tiempo, en Francia, en una de las múltiples discusiones que Alonso tuvo este año con Ron Dennis, Fernando le dijo a su jefe que el Campeonato del Mundo lo ganaría Raikkonen. Ron sacó su flema británica y con una sonrisa tensa y agria le espetó que no dijese tonterías, que no le enseñase a dirigir a su equipo. Fernando estaba harto del trato que recibía y de que se perdieran oportunidades y potencial al tener que luchar codo con codo con Hamilton. Ayer, tres meses y nueve carreras después, Ron descubrió que Fernando tenía razón. En su eterna arrogancia jamás lo reconocerá, pero su castillo en el aire se desvaneció al mismo tiempo que la templanza y la seguridad que había mostrado su delfín Hamilton hasta Japón. En cuanto llegó la auténtica presión, la posibilidad real de proclamarse campeón se deshizo como un azucarillo en un vaso de agua. Se dejó llevar por la ambición y se equivocó, tuvo miedo a ganar o a perder y le pudieron los nervios. Pagó la novatada y al final el héroe, el mito, el mejor rookie de la historia, el niño maravilla, se desvaneció. Fue divertido comprobar cómo la señal internacional de televisión no pinchó ni un solo plano de Ron Dennis en toda la carrera. Todos los titulares preparados, los perfiles, las loas y las alabanzas se quedaron sin publicar. Pudo ser un dios y, sin embargo, Hamilton al final pareció un pardillo. No necesitaba defender su posición con Alonso, no necesitaba jugarse el tipo de forma absurda, le bastaba con ser quinto en carrera y lo hubiera logrado sin problemas. No habría sido difícil librarse alguna vuelta después de Fernando porque “casualmente” en esta carrera su MP4/22 era una tortuga. Hamilton no soportaba la idea de verse adelantado por Fernando en la pista y se enceló. Como consecuencia de esa lucha absurda llegó un error que le costó el mundial. Y así comenzó la fiesta, en Ferrari, en Oviedo, en toda España, en los corazones de muchos de los que habitan en el paddock… Lo siento por muchos de los que trabajan en Mclaren, por los que se dejan el alma, el sueño y la vida en el equipo. Los que trabajan en la sombra y no entienden de guerras absurdas. Ellos también han perdido, pero la diferencia es que ellos no se merecían acabar la temporada con las manos vacías. Lograron el objetivo, cumplieron, hicieron el mejor coche, pero sus jefes se equivocaron.


Desde 1950 no vivíamos un desenlace del mundial tan inesperado. Desde ese primer año de la Fórmula 1 moderna no habíamos vuelto a ver que el tercer clasificado del mundial a falta de una carrera ganase el título. De Farina a Raikkonen han pasado 57 años. Desde entonces hasta ahora no se había visto un ridículo tan grande como el de Mclaren. Está mal alegrarse de los males ajenos, pero el escarmiento ha sido merecido. Mclaren se queda sin nada y el próximo año será el último equipo del paddock y del pit lane y sus coches lucirán un vergonzoso número 22 y 23 en sus morros. Alonso no ganó, pero al menos nos queda la tremenda satisfacción de haber estado acariciando el sueño hasta la última curva. Fernando acabó tercero del mundial sí, pero se fue con una enorme sonrisa de ganador. Antes de hacerlo se despidió de sus mecánicos, de muchos miembros de su equipo y también de Ron Dennis. Fue el apretón de manos más gustoso del año, quizá el último, quizá el de despedida. Fernando no se llevó el título como los dos últimos años, pero se fue de Interlagos con una mirada pícara, haciendo bromas con “San ganchao” y sabiendo que después de todo había quedado claro que él no se había equivocado.

P.D. Por cierto, cuando escribo esta columna la FIA está investigando a BMW y Williams por haber utilizado presuntamente su gasolina a una temperatura inferior a la permitida. En caso de ser sancionados, Hamilton podría ser Campeón del Mundo. Sé que no es una broma, pero también sé que decidan lo que decidan los comisarios, no debo cambiar ni una coma de lo que he escrito. Todo lo contrario, quizá habría que multiplicar por diez la vergüenza y el absurdo de una temporada en la que junto a los directivos de Mclaren la FIA con sus decisiones ha sido triste protagonista.

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